Pic: Elia Clementine
Nace en La Coruña. Dos vidas en una. La primera corre el riesgo de ser tapada por la segunda. Y sin embargo es la introducción de todo lo que vendrá. La danza llega a la primera vida de Verónica a los cinco años. Catorce años más tarde Verónica se gradúa en Danza Clásica. En ese tiempo se perfilan ciertos detalles. Uno parece banal. Y como todo lo banal se hace decisivo.
Estamos en el 1989. Verónica tiene seis años. El CD ya inunda el mercado. Pero no recibe como regalo de sus padres un CD sino una radio con una pletina de cassette. Visto en perspectiva esa decisión fue la acertada. Las cintas de cassette “tientan” a escuchar, ordenadamente, el disco hasta el final. Pero sobre todo permiten grabar la propia voz. Escuchar y grabar. La música de Elvis como guía, hasta mezclarla con la voz y la propia vida. Se trata del tercer contacto con la música por parte de Verónica. El segundo, ya mencionado, fue la danza. El primero fue su familia, conformada por músicos.
Quizás eso fue una ventaja. Quizás a sus padres Verónica les recordó a otras vidas vividas en la familia cuando la descubrieron a los ocho años, no sólo cantando los temas de Elvis, sino grabando improvisaciones de melodía y voz de temas nuevos. Y las ordenaba y disponía casi como si siguiese la escaleta de un programa de radio. Entonces, en el año 1990, sus padres deciden apuntarla al Conservatorio. El piano, el solfeo. En La Coruña todavía no existía un camino claro mediante el cual desarrollar la música afroamericana y el folk que en el fondo desea improvisar Verónica. Hasta que aparece Carmen Rey, quien es un poco la voz del jazz de La Coruña, con un toque a algunos de los muchos Michael Jackson que en realidad fue Michael Jackson. Técnica Vocal e Improvisación. Y Verónica se convierte en algo más ligero e íntimo, capaz de reinventarse sin limitarse a un estilo. Elvis deja de ser “el rey”. Antes está Stevie Wonder. Y sobre todo Rachelle Ferrell, que tiene algo de lo que también distingue a Chavela Vargas: es la persona que cura mientras canta y la artista sobre la que más gravitará la voz de Verónica durante los años venideros. Rachelle contiene todas las voces posibles y es, junto a Carmen Rey, el inicio de la segunda vida de Verónica, que aparece en el año 2002, tras graduarse en Danza Clásica en El Conservatorio Superior de Danza Clásica de Sevilla.
Una vida segunda que casi no puede esperar a que termine la primera. Un certamen en Galicia. El fallo del jurado esta vez no es un fallo. Así lo corroboran los futuros hechos. Verónica gana una beca que le permite trasladarse a Madrid. Un momento muy concreto que no pasaría de ahí si Verónica no pusiese de su lado más acontecimientos. El primero formarse en la Escuela Creativa de Madrid. El segundo ganar otro premio y seguir estudiando allí. Y desde ahí las big bands, los coros góspel y las giras que retuercen la geografía en verano acompañando a muchos de los que fueron –y siguieron siendo- los solistas que se derraman por el país cada año durante el estío.
Entre medias melodías que abarrotan la cabeza: las del jazz, el pop, el fado, el soul.
Hasta que su primer álbum, Laio, aparece en el 2011. Pocas sesiones de grabación, temas más o menos cerrados que luego se abren a la improvisación de un fraseo, un silencio y una palabra. Y Verónica escribiendo en gallego, castellano, inglés, entremezclándolos con sonidos vocales ligados hasta formar una melodía.
El pensamiento se arremolinaba en ese primer disco, mientras ella buscaba, en los viejos signos del habla, un sentido al tiempo perdido, al tiempo que se pierde y a unos mundos evanescentes y tambaleantes en los que habita mientras canta.
Su siguiente paso sería Nesse Tempo (2016): 5 temas, 2 de ellos versiones. La primera, “Lela” de Dulce Pontes, gravita sobre lo partida de aquello a lo que no se puede renunciar. La segunda, “Lucha de gigantes” de Antonio Vega, acerca del retorno de un fantasma que no deja de susurrar hasta hacer aparecer a un compañero que es nuestro yo mismo.
Mundos y presencias fugadas, aparentemente extintos, pero que se hacen visibles y audibles, en un retorno inesperado, cuando el silencio se forma y la voz aparece.
Texto: Ángel Alonso